4.14.2012

Lluvia Caliente

Ella era un mar encabronado.

Yo era un muchacho con resaca en la barra de un puesto de tacos. El sol por encima de mi se balanceaba absurdo. Del otro lado del puesto un niño me hacía de comer. Su madre platicaba por telefono escandalosamente.

-¿Algo de tomar?
-¿De que es el agua?
-Horchata
-Un agua.

Su madre debe colgar la llamada para servirme mi agua, ha sido avisada.

-Ahorita me marcas. ¡Pero ME MARCAS EH!- repitió gritando. Colgó. Se secretearon entre ellos.
-AAAH Un agua de horchata. ¡Te entendí una brocha!- Se echó a reir.
Yo seguía esperando mi comida y mi agua.
-¿Frijolitos?
-Unos pocos, porfavor.
-¿Poquitos?
-Si, poquitos.
-¿Cebollita asada?
-Poquita, muy poquita. ¿Tienes chiles güeros?
-Si
-Chiles güeros le puedes poner, porfavor.
-Unos chilitos como no.

Un hombre gordo se acercó violentamente a él y lo golpeo con un trapo usandolo como un latigo. Estuvo a punto de dejar mi comida para ir a recuperar su honor, pero se contuvo. Yo lo hubiera entendido.

-¿Frijolitos? Me preguntó de nuevo
-Poquitos, si. Porfavor.

Me entregó mis tacos, con muchos frijoles y ningun chile güero e inmediatamente se metio a la casa siguiendo los pasos del gordo violento que lo había golpeado. Agregé guacamole, limón y sal. Me dispuse a alimentarme. Casi inmediatamente salio el chico como alma que se la lleva el piano, detras de él, el gordo. ¡Ponganse en paz! gritó la señora. Los dos se echaron a reir adoloridos. Comenzaron a decirse de cosas entre carcajadas los dos, cosas que obviamente no recuerdo, y no puse atención en lo absoluto. La mujer quiso participar diciendo "¡Cómo Heidi edá!" pero fue de esas veces que untercero dice algo en una conversación de dos y solo genera una especie de delay y no es tomado en cuenta realmente. Sin embargo aquella señora estaba segura que su comentario debía ser chistoso así que insistió un par de segundos despues "¡CÓMO HEIDI EDA!"... despues de eso no se que pasó. Calle abajo observé iracunda a la mujer más espectacular que jamás haya pisado los restos mortales de un rinoceronte.

Ella era un mar encabronado.

Dios sabe que lo era. Su paso era firme, antisocial, su ceño fruncido hacía que pareceiera que tenía una sola ceja, sus ojos eran el infierno, llevaba un vestido verde, verde del mar profundo que es mas bien negro, pero verde, como los carritos del super, verde hermoso como algunos libros, como las botellas de vino. Su cabello negro que le caía por los hombros, sus piernas que eran un darse golpes contra la plancha caliente dejando el pellejo ahí. Mi caldo de frijoles mezcladocon guacamole resbalaba de entre mis dedos hasta el plato y bien podía estar juntandose la formula quimica para curar el cancer, me importaba una maldita banana. Ella caminaba en dirección a mi casa. Pense una y mil cosas, probabilidades, cálculos, pense inclluso en seguirla, saber a donde iba, qué hacía ahí. Entre los albañiles, un mar encabronado. Con sus pechos cayendo libres y perfectos, encajando en el vestido, causandole dolor a mi higado, liberados del sosten su piel blanca se rozaba contra el verde de aquel verde tan encabronadamente verde. Blanco. Y rojo. ¿Cual es tu historia? ¿Como te llamas? Te llamas Sonia, por favor llamate Sonia o Rebeca, o Leonora. Pero llamate. Llamame. No seas un rumor como todas, no seas una historia, se un taco o un rabano. Ayudame.

Mis tacos se habían terminado. Los había terminado yo. Una mesa había llegado. Otra mesa se había ido. Pagué. La señora había seguido gritando estupideces que no pude sino evitar entender. Debía ir al banco. No fui debía regresar en dirección a mi casa y ver si por ahi se escuchaba la violencia del oceano chingandose unas tortas, unos mariscos, lo que fuera. Quizá estaría en el mercado, me la imagine haciendo el amor metiendo sus manos en la masa de la tortillería, tirando un canasto de toronjas, con su vestido verde levantado, escuchando el show de la mañana en la televisión. Entre en el mercado, mi gato necesitaba comida. No la vi, no estaba ahi. Compre un jugo de arandano en lugar de comida para el gato,. Tenía algo de vodka de la noche anterior. Metí la llave en la cerradura, mire a los dos lados como enseñan las madres antes de cruzar la calle, mire que no miraba, que ella no estaba. Entré a la casa. A la señora de los tacos nunca le volvieron a marcar.

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