12.23.2006

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Un suspiro y ¡ah! ya es Navidad. Esa época fluorescente del año en la que vemos mas pobres en las calles y mas ciegos en las esquinas. Como consecuencia directa hay mas gente de noble corazón que quiere ayudarles y cobijarles, entonces es cuando la Navidad es época de regalos y de generosidad. Y la variedad es infinitesimal, vamos desde cobertores hasta cajas de cartón, pasando por pelotas, muñecos y botellas de licor. Tiempos de limosna, de limosneros y también ¿porque no? de garrotes. Y cuando esa mitad de la población mundial perfectamente mal distribuida estira la mano, no esperan una moneda o un chulo y lindo bonete, están pidiendo una mano, y están pidiendo más, están pidiendo unos ojos, unas rodillas y unos rodillos, una boca unos gritos, un corazón. Te están pidiendo todo tu yo. Nos limitamos a sentir lastima cuando podríamos tener compasión. Sentir, a diferencia de tener, es intentar apagar un incendio forestal con un hipo.
Yo también estiro la mano. Siempre lo he hecho y me ha dado resultados, entre otras cosas que también me ha dado. Si a mi disfrazada cleptomanía le sumamos la disimulada generosidad alzheimeriana de los que se sitúan a mi alrededor, dará como resultado una serie de tesoros que guardo en un baúl de luz octarina bajo mi piel.
Esta Navidad recibo, a manera de regalo-préstamo por tiempo indefinido, doscientos treinta y cinco abrazos de brazos que se han olvidado en mis omoplatos, ciento dieciséis besos de treinta y ocho sabores diferentes, entre los que destacan "lagrima peregrina", "pétalo de sal", milonga habanera" y "quesadilla brava". Me han servido de obsequio un mil ochocientas catorce miradas y detrás de cada una un sentimiento.
He recibido, por gracia de un chistoso Dios, una familia increíble que se extiende al rededor del mundo. Y así, de manera consecuencial me voy quedando, Navidad tras Navidad, año tras año. Todos se van y yo me quedo. Y me quedo, por ejemplo, por que no existe mejor lugar que aquí, ni mejor momento que ahora. Me quedo para empezar, porque siempre es bueno, aunque es mejor terminar. Me quedo con una liga de Denisse, con la que construiré una catapulta a la vía Láctea, con un disco de Fito Paez y un par o dos de fotografías donde aparezco besando alguna vaca. Me quedo con los tazos de Chema y con sus campos de sueños, donde he sembrado unos pocos y he recogido otros tantos para escribir una canción y después cantarla en mi propio bar. Me quedo con una gorra de Román y treinta gigas de emociones en forma de canciones, el mejor medio de transporte que solo llega a chihuahua. Me quedo con los dulces de melover, sus piñatas, sus axilas suaves, sus ponis, sus castillos, sus coronas y sus tiaras; la mejor protagonista de mis cuentos de hadas. Me quedo con un montón de pelos de Manuel en la solapa, me quedo con sus alas de vampiro, para que siga andando en esta renuncia a la inmortalidad del amor, mientras dure, me quedo con sus pasos, su Andrés y su Enrique, sus Rodríguez y sus avenidas. Me quedo con la comida de Sofi y con una promesa suya de cortarme el cabello, con su lunar que nos ayuda a evitar los clones, con su atención y su limosna de silencio que condimenta con sus discretas carcajadas; con su cobija que es un tapete y con mi sobrina que lleva su nombre; con los caprichos de su hermana y su radicalismo antisistemico, la cicatriz de mi boca y la avenida Vallarta. Me quedo con el Panda, porque el también se queda, se queda con una apuesta ganada, con mi ruido y mi furia, pero me quedo con su viaje al corazón atómico, con sus chistes ácidos, sus silencios cómicos y sus carreta todo terreno, doble tracción. Me quedo con las mieles de Clo, con las fotos, con las conversaciones, con los aviones, las no canciones, el no tiempo, la no distancia, la no promesa de que regresa. Me quedo con la fraternidad del johnny bunch y sus regaños, su oportunismo que me ha salvado más de alguna vez. Me quedo con el tango de Ale, con sus llamada equivocadas y los ocasionales descuidos, con doscientos kilos de recuerdos simpáticos y una sola promesa. Me quedo con la salsa de mi madre, no hay otra como la de ella. Me quedo con un disco de jackson five que era de mi padre, dos de led zep y la antología de los Beatles. Me quedo con la memoria borrosa de Alma, con la voz de Paola y su hermano que también es mio, Joel. Con Pablo, con Chaps, con Pancho Leautaud. Me quedo con el poker del quetito los jueves y con las versiones polifónicas de las canciones mas merols. Me quedo con las quemaduras y la inconciencia mas conciente que conozco, la del queto. Me quedo con Walde como vecino, con el chino como ex presidiario, con Fer como mi hermano. Me quedo cono las uñas de mi gata favorita, esa la del complejo de mariposa. Me quedo con una obra de teatro del Maldito y mil concursos por ganar. Me quedo con la ausencia de Edgar, de Mario, del Vampi y con sus lentes rosas con flores, dignos solamente de un princeso. Me quedo con la conciencia tranquila, porque no me quedo solo. Solamente me quedo.
Es que es Navidad, y Navidad hay que pasarla aqui, queriendo aquí, feliz aquí. Navidad época de leer más a Dickens que a Clancy, o a Jesucristo. Navidades modernas repletas de Grinches, de Jackes, de Scritches, de Herodeses, de Pilatoses o en dado caso, de Nietzches. Unos con el afan de acabar con esferas o arbolitos, a Papáses Noeles o a Dios. Navidades modernas de sentimentarquía y comodidad.
Para estas Navidades no me queda más que desearles muchas facilidades: que les sea mas facil abrazar y acordarse, acordarse y llorar a veces, sonreir siempre, mas facilidad para viajar sin tener que moverse del asiento, para perdonar y para golpear también cuando haga falta, facilidad para brincar, para gritar, para arrancarse el pudor (cuando la ocasión lo exiga), para volar, para mirar mas allá... Más.
Aquí están mis codos, mis rodillas, mis regalos, mis ojos, mi emoción. Aqui estan quedados al alcanze de los niños. Felicidades.