6.30.2012

Cacodemonomanía




En una estación futura, bajo la sombra infernal de un arbol distinto, el sueño, el nado imaginario en un rio que de con el hocico en Memphis, nos despertará a pensar que un día fuimos todos buenos, oliamos a aceite y olivos.

A nuestro amor se entregaban las palomas decididas a nuestras cartas. Estabamos sanos y enterrados, casi muertos y nos gustaba pensar en el futuro, y nos aferrabamos a él, como nos aferramos hoy al tiempo que ya pasó, pensando en todo momento que era el requiem, que siempre seriamos requiem.

Jurabamos a diario que iriamos a dormir temprano. Que dormiriamos en algun tapanco en Viena. Leyendo entre balbuceos las lineas de algun temblor al que sobrevivieron nuestros padres. Memorias claras de un salón academico donde juramos jamás terminar como ellos. Aqui estamos ahora, enseñando. Pretendiendo que enseñamos. Que lo que hacemos es, a nuestra manera, cierta manera de arte. Cierta manera de egoismo.

Dios se actualiza en el lenguaje mientras nos aviolentamos al proposito de la oportunidad impaciente. Nuestras vidas se han vuelto un tópico importante, nos repetimos. Sin claridad. Perdimos la claridad en el gozo, pero si rascamos los tejidos rojos casi negros del corazón habita allí aun el lamento, la petición, el chillido, el demonio, el amor, mediocre, triste.

La imaginación se nos traduce en una repetición de la memoria plástica, brillante, explicable, sin misterios. La carne compusliva se acomula al frente de los salones, presuntuosa. Mientras Satanás se mantiene al fondo, silencioso, doloroso, paciente. Escribiendo convincente entre las fabricas, el olor a aceite quemado que somos, la falta de inmerecido sufrimiento.

Camino abajo, si uno observa bien se encuentra María, llevando un canasto con cerezas desnudas para su amante. El camino. A ciegas buscamos el vaso. A tientas. Suplicantes de misericordia, de respeto. De que te calles de una puta vez y nos dejemos todos y cada uno, en la pinche puta hija de perra paz en la que no nacimos, en la que no vamos a morir. Todo el camino hasta el rio sonreimos tomados de la mano, esperando para lavar nuestros pecados. Recuerda oh Dios a los niños de Babilonia y cantaremos la canción de Zion.


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