3.21.2014

Keep Ringing Your Bells


I'm counting out dollars while I limp to your brownstone.
I can just barely cover what I need to get back home.



Cuando comenzó la guerra eran apenas unos niños, y los mejores amigos. Por razones que no entendían les prohibieron volver a verse, así que acordaron construir una baliza, como una almenara, sin embargo en lugar de estar elevada estaría escondida en lo profundo del bosque, allí donde solían ir a gritar. La escondieron justo ahí donde los limites apenas cumplían para que ambos pudieran entrar y salir con vida. El mayor viajaría en las noches hasta el recinto de piedra donde encendería un fuego que podía verse desde cierta distancia, y por la mañana el menor de ellos iría a, en caso que el fuego siguiera encendido apagarlo, lo cual casi nunca pasaba, más solo ver las cenizas aun tibias le daría la seguridad de que su mejor amigo estaba bien. Así pasaron los días, y los meses, la nieve, la lluvia, un día el bosque se prendió en llamas e incluso ese día se cumplio con el trato. La guerra duraría quince años. Solo el mayor de ellos participó en ella, y fue en su septimo año de combate que lo tomaron preso y lo torturaron, y lo volvieron ciego y lo vendieron como esclavo. Su padre y su familia lo dieron por muerto y hacían misas en su nombre. La guerra seguiría cinco años más. Hay quien dice que de no haber sido por su "muerte" que la guerra se hubiera prolongado por años, decadas quizá. Antes de partir por primera vez al campo se aseguró de dejar a un ciervo, uno de los mas jovenes, que todos los días pasara lo que pasara habría de encender la amenara por las noches, todas las noches del mundo, y que solo bajo la imposibilidad física de la muerte dejaría de hacerlo antes de que él regresara. El siervo cumplió, así todas las noches se encendía el fuego de la baliza como si se tratara de una cuestión de vida o muerte, y justo antes de morir y durante su agonizante vida al esclavo se le llenaba el corazón en este pensamiento, incapaz de regresar a su hogar, o de recuperar todo lo que había perdido ahora. Se calentaba en la idea de ese fuego quemandose, y ese fuego lo mantuvo con vida más de lo que quizá hubiera podido su cuerpo soportar. Murio viejo, ciego y solo, descansó en paz, como hacía cada noche viendo con la memoria el fuego aquel. 

Por la mañana las cenizas se mezclaron con el rocío en la construcción de piedra, más nadie había visto el fuego arder, ni fue a revisar las cenizas. Eso había dejado de pasar antes incluso que la guerra terminara. El que entonces fuera niño había visto una noche que no era su mejor amigo quien encendía la baliza y sin sentir cosa alguna regresó a casa y pretendió que nada de aquello había sucedio, jamás regresó al bosque. Ahora estaba sentado, viejo, frente a una mesa repleta de comida caliente, insatisfecho. La baliza se siguió encendiendo por el hijo del siervo durante unos años más. La encendía y se sentaba frente a ella a fantasear con el motivo por el que aquel fuego debía arder, a veces se quedaba ahí hasta el amanecer. Hoy en ese mismo lugar hay un Wal Mart las luces del estacionamiento permanecen encendidas todas las noches, yo las puedo ver desde mi ventana. 


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