3.29.2006

El vals de un mesero a media mañana

Para mi desfortuna, no quedaba nadie en el salón del bar la noche que por fin me mirabas justo antes de volver a dormir. Yo seguía recogiendo los restos de botellas y cigarros de las mesas, y tu estabas dormida en un sillón marrón, todavía con el vestido negro desacomodado y un tacón colgando de tu pie izquierdo. Casi fue una impertinencia mía, cuando corrí a la bodega a buscar mi chaqueta y poder hacer algo útil. Cuando por fin volví de alguna manera habías girado en el sofá y ahora estabas boca abajo, tu cabello junto a un vaso desechable roto con olor a whisky. Una mano tuya, delicada y fina como el resto de tu cuerpo, colgaba del sillón aparentando que deseabas en realidad bajar de ahí, tu calzado no colgaba mas de tu pie, estaba ahora en el suelo frió. Y yo no pude mas que acercarme con la chaqueta negra que acababa de comprar y extenderla encima de tu cuerpo, midiendo y calculando cual seria la forma en la que pudiera cubrirte mas completamente. Y estaba en ese calculo matemático cuando escuche salir de tu boca un suspiro, ese olor de tabaco y de ron que nunca nadie había combinado mejor. Sin que mis dedos pudieran tener la osadía de rozar siquiera tu delicada piel, me atreví a dejar caer cuidadosamente el algodón y el poliéster, y con ellos toda mi miseria. Decidí que debía terminar de barrer el lugar antes de que llegara el gerente o algún conocido tuyo. No quería de ninguna manera que pensaran que trabajo en una pocilga. Baje el volumen a Con Nombre de Guerra, no fuera a ser yo tan estúpido como para despertarte, eran apenas las 6.37 de la mañana, y era Domingo, no era hora de levantar a una chica de costumbres modernas a esa hora. Además no tenía ningún sentido. Te calculé 20 años, uno menos que yo, así fue toda la primaria, en todo caso, era marzo y tu cumpleaños es en julio. El 25. Seguía barriendo lentamente la misma esquina del bar en la que seguías tu dormida, la misma que había empezado a barrer hacía 23 min. Tiempo que casualmente llevaba barriendo. Escuchaba Bendecida en la radio a un volumen moderado pero fue entonces cuando reaccione y dije ¿Porque pues tanto teatro? Y apague inmediatamente la radio y me coloque mis walkman encima, seguí barriendo la misma esquina. Pero tampoco me sentía satisfecho y no era por no tener todas las bachichas del suelo, sino porque no escuchaba tu respiración dificultosa y tu continua tos. Descolgué mis audífonos de mi cabeza y comencé a tararear Canto (el mismo dolor) y tome asiento justo junto a tu cabeza. El cuero negro del forro rechinó indignado pero ¿Como no iba a indignarse por mi rudeza, teniendo tu cabeza sobre el? tu seguías con los ojos bien cerrados y te encogiste las piernas mientras estrujabas el saco. Como sin querer ya eras mas pequeña que todas las esperanzas que podía albergar un niño de sexto año de que aquello pasara. Volviste a girar sobre tu eje y esta vez fui espectador, lo observe todo con detalle. Desde como apretaste firmemente la solapa del saco, hasta como tus tobillos se escurrieron discretamente por todo el brazo del sofá. Pasando por el salto que dio el dobladillo de tu vestido sobre tu pierna. Había visto demasiada pierna, quizá demasiada rodilla, por lo que inmediatamente sacudí mi cabeza para defenderme de la extraña sensación provocada. Intente pero no pude hacer mucho. Así tropecé con una botella vacía al ponerme de pie. Acompañome en mi recorrido decadente una silla, un cenicero de porcelana lleno de bachichas con algún liquido extraño, doce vasos de cristal macizo, tres tenedores, un mantel que alguna vez fue blanco, un lápiz labial, una cartera de cuero Calvin Clein, un encendedor, una mesa de madera, trece latas de cerveza que creí, estaban vacías, un silbato y un cigarro encendido (que por supuesto era mío). Con toda esta orquesta no podía menos que provocar el sonido de una estampida del paleozoico. Una vez ya en el lugar de mi abrupto aterrizaje contemple la escena con extrema precaución y cautela. Abrí los ojos y tu parpadeaste. Todavía se balanceaba sobre el suelo girando en su propio eje, uno de los platos botaneros que hacia las veces de timbal. ¿Troilo? Pregunte a media voz. ¿Paizzolla o Goyeneche? ¿Gidon Kremer o Nino Rota? El compás era una suave armonía que causaba confusión y no sabíamos si sería The waiter (1,2,3 4) o un clásico como Tschaistkotsky y su Nutcracker o su Lago de los cisnes o cualquier otra melodía de características chopinescas. Animado por la música que chuntateaba en mis tímpanos, te tome entre mis brazos, yo hubiera preferido Fantasía o Y al final, pero yo no soy un dj. Y de este modo colgaste el peso de tu cabeza sobre mi hombro, que se tambaleaba. Estabas toda sobre mi, yo fui todo tu apoyo. Y derecha primero. E izquierda después. Uno y dos. U... ¡No! y ¡Dios! Años de espera habían valido ahora la pena. Tu resbalando sobre mi pecho, dejando caer tu savia sobre mi camisa. ¿Podría ser mejor? Me pregunte con la respuesta en la mente. No, nunca pudo haber sido mejor. The old kind of summer ese fue el soundtrack, lo reconocí en el instante en el que tus pies descalzos se deslizaron sobre las sobras de frituras. Tu insistías en llegar al suelo, y yo te tome por detrás de la cintura y te alcé al ritmo penetrante de las notas. Tu seguías con los ojos cerrados y la boca, como queriendo cantar. Acerque mi nariz a tu cuello. Ya no era yo. Inhale profundamente ese olor a femenina transpiración de una noche entera de baile y ajetreo, de tabaco y de alcohol. Así levante la mirada a tus ojos cerrados y acerque tu boca a la mía. El momento perfecto. La procesión de los negros corazones en sus ultimas notas, en las mas contundentes. Y yo tan cerca a tus labios. Los residuos de licor le dan un brillo especial a ese color carmesí y no he de resistir mas. Estoy tan a punto de ... Regla fundamental: Un giro y otro mas, siempre girando, siempre en el vals. Con un leve sonido, encantador canto del bramante varón bábaro, despertaste soltando un eructo que deslizo hasta mi el aroma de churritos, viceroy, bacardi y algo de squirt. Yo seguía inevitablemente en el suelo y abrí los ojos. Y tu también. Despertaste anunciando tu regreso al mundo de los vivos con el celestial coro de las borrascas. La escena desastrosa, yo en el suelo, con lo que bien pudo haber sido un asedio de chimpancés furiosos y hambrientos. Tu seguías con mi chaqueta encima, recostada en el sillón de la esquina. Con algo de dolor de cabeza y la garganta seca. Te pusiste cuidadosamente, tambaleándote, de pie en el suelo. Aquel mismo suelo que había sido barrido por mas de 20 minutos y sin embargo figuraba un collage de arte abstractopostmodernistaconceptual ruso. Aun así no te tomó mas de diez segundos colocarte tus zapatos de nuevo. De entre las cosas del suelo tomaste la mitad de un cigarro, (creo que había sido el mío) y buscaste algo de beber. Mas nada encontraste en condiciones de consumo. Encendiste el cigarrillo con el encendedor de mi chaqueta mientras cruzabas el umbral incandescente a causa de la ardiente luz de un domingo en la mañana. Y así, como llegaste la noche anterior, te fuiste: cruzando la calle, dando tumbos y acomodándote el cabello, con un cigarro en la boca y tu vestido negro. Encantadora como nunca. Encantadora como siempre. Sin mas contratiempo que el de haber olvidado tu bolso en el tocador de damas. Ahora conservo dicha reliquia en una vitrina dentro de la bodega. Esperando ese siguiente fin de semana que siempre llegaba y que ha tardado ya doce años.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola! me suenas como un muchacho interesante,me encantaría que nos conociesemos, quién sabe,al igual y puede ser el inicio de una bella amistad. Te dejo mi correo electrónico para que nos pongamos en contacto por el mensajero.

dulcedeguayaba@hotmail.com

Atte: Dulcinea de los Membrillos

Æ dijo...

sabes¿? te puse en mi messinyer zeta. Intente ademas enviarte un mail, pero de alguna manera el notifai faiulur me agradecio el intento pero que no pudo ser enviado, porlo que tendre que animarte a conectarte.